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Fuera de juego

El hombre tranquilo

Alvy Singer

 

Se despidió anoche Frank Rijkaard con el sabor de la derrota. Los pañuelos fueron negros y en la portería se colocó al suplente, a Pinto, portero de noche como titulaba Tinto Brass sus historias de pesimismo erótico. Es Rijkaard el despedido caballeroso, el honorable y, finalmente, bonachón perdedor para una prensa empecinada en transformar los hechos en ficciones, la mayor parte de veces honestas y felices.

No fue Rijkaard hombre de grandes gritos y disciplinas en público, y se sabe que la historia en momentos de crítica y diálogo, mejor la escriben los autoritarios, casi un precio que pagar para el bien de todo conjunto, o al menos eso insinuó Frank Millar cuando reunía a sus 300 hombres de Esparta para hacer una de las reflexiones más oscuras de la democracia, además de un relato superheroico de primer orden, en el que el sacrificio es el mayor de los superpoderes.

No ha tenido nada de extraordinario este despido pero, peor ha sido ese Joan Laporta anunciando como gran esperanza a otro mito, a otra invención: “el hombre de la casa”. Es una fórmula exquisita para calmar al socio contrariado, casi molesto porque sea Rijkaard quien se marche por la puerta de atrás y no esos jugadores perdidos entre las luces y los flashes, omnipresentes en los anuncios. Al fin y al cabo, lo sabían Cormac McCarthy, no es país para viejos.

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