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Fuera de juego

¿Cómo hablar de fútbol en un país sin fútbol?

(Cortesías)

El fútbol es lindo porque se habla, le escuché una vez a uno de esos metafísicos jugadores argentinos que durante treinta años se dedican a pegar patadas a los delanteros y los otros treinta haciendo filosofía del balompié, citando la Crítica del juicio de Kant para hablar de los árbitros y la Etica more geometrico de Spinoza, para apoyar la triangulación en el centro del campo. El caso es que ese adagio o aforismo filosófico me gustó: sí, el fútbol se habla, se crea dos veces: una en el campo, con la jugada; otra en la banda, las gradas, los bares, los trabajos o las casas, cuando se comenta. Ahí se vuelve a recrear, nace el fútbol de nuevo y las jugadas se encarnan, una y otra vez, en sí mismas, cambiadas unas veces, manipuladas siempre, rebobinadas y adaptadas a la creciente leyenda hasta que lo sucedido es sólo una sombra de lo narrado.

A quienes nos gusta el fútbol de verdad (es decir, a quienes nos gusta jugarlo tanto o más que verlo) nos resulta muy difícil pasar los días sin hablarlo, sin volver a crear, eviternamente, jugadas que seguramente no existieron, o que no eran tan elegantes y preparadas como resultaron ser. En nuestra recreación no hay rechaces, ni rebotes, las parábolas son perfectas y los regates sin tacha. Se introduce en el relato del fútbol la perfección que no existe en la vida real. Sin esa verbalización el fútbol pierde parte de su encanto. Cuando me vine a Estados Unidos pensé que lo iba a pasar mal por no poder jugar al fútbol (como, al menos de momento, ha ocurrido), pero jamás pensé que lo peor de todo iba a ser el no poder hablar de fútbol. Gracias al satélite veo, gratis y en directo, varios partidos de la Liga española, la Champions y ahora la Eurocopa al completo. Es decir, se ve más fútbol que en España y más barato. Pero ¿de qué me sirve si no puedo comentarlo con nadie? La gente en New Mexico se divierte con sus Lobos -el equipo universitario local de fútbol americano y béisbol- y, como mucho, extiende su afición a los Spurs de San Antonio, semifinalista la NBA. Ignoran lo que es el fútbol, al que llaman soccer porque el “fútbol” es el suyo, su versión homoerótica del rugby (David Foster Wallace dixit en La broma infinita), y tan sólo les suena un poco el nombre de David Beckham. ¿Ese es amigo de Tom Cruise, no? Sí, respondo, es amigo de Tom Cruise.

Con lo cual, cuando España mete un gol, los vecinos deben pensar que estoy loco. Cuando Higuaín marcó aquel derechazo que sentenció la Liga, llamaron a la policía, pensando que alguien me estaba robando, o algo peor. “Si pasa el algo peor -les dije, mientras los agentes abandonaban la casa-, por favor no interrumpan, que no está la cosa para desperdiciar oportunidades”. Así que veo los partidos de la Eurocopa triste, pensando que no podré comentar con nadie la apisonadora alemana o la mediocridad de Francia. Con lo que nos gusta a todos hablar de la mediocridad de Francia, aunque sea mentira.

Así que lo que he hecho, para poder aliviarme, es pasar el ambiente del fútbol a mi vida diaria.Si tropiezo en el supermercado con alguien, que ha entrado con su carrito a traición por un pasillo lateral, y trastabilleando consigo seguir mi camino, aplico la ley de la ventaja y acelero para llegar antes a la caja registradora para marcar, los precios. Cuando mis compañeras de trabajo me dicen que han llamado de alguna institución, cancelando una reunión que teníamos pendiente, digo a grito pelado: “¡Hijos de puta!”. En los actos literarios, organizo a las azafatas con cuatro cerrando atrás, tres en el centro (la central es la que reparte, el micrófono al público), dos en los laterales y dos al fondo, esperando de palomeras. Cuando hay un agente, de negro, dirigiendo el tráfico con un silbato, no puedo evitar lanzarle una mirada furibunda.

Lenitivos. Parches. Soluciones que no funcionan. Porque en el fondo lo importante es hablar el fútbol, comentarlo. Vivirlo en solitario es algo triste, como beber en solitario; sólo se puede alimentar la conversación con uno mismo, hablando con el minúsculo barcelona que todos llevamos dentro -nuestro enemigo interior, nuestra sombra junguiana, el Mal encarnado-, o manteniendo la conversación a distancia, por Internet.

Como ahora hago.

Contestadme, maldita sea.

 

VICENTE LUIS MORA

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